A veces uno debe contradecir a Sabina y volver al lugar donde ha sido feliz para reencontrarse consigo mismo. Todos tenemos un lugar que nos vertebra, que nos recuerda quienes somos en cada esquina, en cada banco de piedra, en cada puerta de madera con pintura desconchada. Ese es el rincón que no debemos abandonar. A mí me ha funcionado. Justo cuando pensaba que no valía nada y que no me esperaba más que una sucesión de días grises y monótonos, volví a mi pequeño país de Nunca Jamás y recordé quien soy y todo lo que me queda por hacer. Así que, no lo olvidéis, somos corazones vestidos de pueblos, de ciudades, de callejones... pasear de vez en cuando por ellos nos mantendrá cuerdos.
4 comentarios:
Me esperaba una entrada similar, como te gusta la fiesta, japuta...
no sabes como me alegra volver a ver una actualizacion tuya!
besitos Ü
No dejo de hacerlo vivo en círculos.
Salud Silvia.
El valle de Nunca Jamás es un lugar común a ojos del forastero, es fácil pasar de largo. Sin embargo, para los que conocemos la entrada secreta, es un lugar donde asomarnos a la esencia de nosotros mismos, reconciliarnos con nuestro reflejo, armarnos de valores.
Pegarnos un chute de nosotros mismos.
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